… y la ausencia de palabras congruentes.
He manchado mi nombre
con la letanía, padre vuestro futuro,
de la sombra al ícono quebranto
de aguas mudas y sordas.
. . .
Un abismo venidero que me cierra los ojos
en la lentitud desgajada, bocas proféticas;
pasos ensordecidos por la oración profana
de nuestro padre venidero,
en el infinito geométrico
del caos al abismo
y de la desgracia a la fe
de un libro antiguo y nuevo.
. . .
-Dios te bendiga en el mar de Anaqueronte-
De nuestro nombre
no queda nada;
solo la monotonía
de voces y murmullos
en un retrato de sepelios.
Tiendo mis brazos al mejor postor,
tiendo mi cuerpo con una capa de madera
y clavos pergaminos en una historia
no contada como la mítica profecía
de ángeles caídos.
. . .
-No lo sé, he manchado mis manos
al apostarme en esta estrella errante
que llaman luz divina.