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Somos un gemido

Somos un gemido en espacios vacíos,

somos susurro en bienaventuradas palabras.

Somos palabras hablando de clavos y maderas…

. . .

Somos la idealización de una oración buena.

Oración que tarde o temprano

tendrá que reescribirse

porque hay sangre con bocas

que atormentan la tinta y el papel

de algún ignorante.

. . .

Somos la escribana prudencia olvidada.

Somos héroes trágicos de aquella novela

a la que Fuentes menosprecia

como enciclopedia empolvada.

. . .

Divino Borges, Fuentes y Rulfo,

 gemido olvidado

con letras de trágica prudencia literaria.

. . .


Crónica de un desvelo

… y la ausencia de palabras congruentes.

He manchado mi nombre

con la letanía, padre vuestro futuro,

de la sombra al ícono quebranto

de aguas mudas y sordas.

. . .

Un abismo venidero que me cierra los ojos

en la lentitud desgajada, bocas proféticas;

pasos ensordecidos por la oración profana

de nuestro padre venidero,

en el infinito geométrico

del caos al abismo

y de la desgracia a la fe

de un libro antiguo y nuevo.

. . .

 -Dios te bendiga en el mar de Anaqueronte-

De nuestro nombre

no queda nada;

solo la monotonía

de voces y murmullos

en un retrato de sepelios.

Tiendo mis brazos al mejor postor,

tiendo mi cuerpo con una capa de madera

y clavos pergaminos en una historia

no contada como la mítica profecía

de ángeles caídos.

. . .

-No lo sé, he manchado mis manos

al apostarme en esta estrella errante

que llaman luz divina.


Las aguas sordas I

Hacedor paganus, labrador testarudo

entre las tierras y el arcano alquimista,

me destierras a la orilla templaria

donde se retoman las flores malditas

. . .

Hacedor Aleph, caballero en piedra,

 culto vulgar y deidad pagana:

fertilidad y la caza del Dios Sol.

. . .

¿Quién me diera la omnipresencia?,

¿quién me viste en  ropajes de piedra al bronce?

Gloriosos heraldos siendo antesala de mi corona,

heraldo majestuosos, antesala de mi manos piadosas.

. . .

Todo es complicado en tierras de hierro 

que pasaron ser naturaleza fértil y guerrera

a pleonasmos empalados.

. . .

Voz de mi martirio,

deidad, oración y bienventuranza al prójimo

que busca la misma esencia 

para salvaguardar su alma 

de los infieles laberintos,

terra nostra.

Eduardo Flores



Je suis désolé

Son tus palabras un rencor viejo.

La esencia moribunda,

nostalgia pretenciosa,

a la que llamo,

siniestra opacidad de aguas sordas.

Es tu boca contraria a la luna,

es obra inacabada,

el sueño pervertido de lo que creías ser:

un inferior testamento de decretos

surcando voces de mi desprecio.

Gloria y esplendor

en el dominio de una musa

coronada en obras muertas y animales silvestres

cuando surcan océanos de palabras estridentes. 

Todo está dado. 

Mira y escúchame en el olvido,

escúchame en las lisonjas de estas letras

y en tu conciencia aguárdame con un grito de aguas muertas.

No me pidas un aterciopelado susurro 

en la vastedad de esta tierra

y por encima de los cielos.

Son mis gritos convalecientes en el desprecio 

de estas nuevas letras

que se arman de falsedad

cada vez que la tarde juega con mi conciencia

y una oración en la herida 

a la que cuidas con aguas sordas.

Eduardo Flores


Soliloquios

¡Cómo Heráclito y la espuma de venus!

Espejos y sombras, ladrones derrotados

por la trivialidad de un poema

y la partida de la musas.

. . .

¡Claro que sé perder

y no te disculpes por las dádivas del corazón!

-Me tragaré las palabras

siguiendo mi sombra y tú, al espejo roto.

. . .

¡Acompáñame a estar solo!

y me dejaste solo…

con la llegada de la tarde

al empezar a recordarte.

. . .

Pierdo la cordura cuando pienso en ti.

Estoy tan sobrio sobre un copa vacía,

que tu recuerdo me lo fumo

en el silencio de mi propia verdad.

. . .

¡Sal de mi cabeza!

déjame beber en paz…

. . .

¡Me decepcionaste!

Haber que haces con esos poemas,

que el tiempo ha de borrar.

. . .

Seguiré mi sombra

y tu en el espejo roto…

 . . 

Es imposible olvidar tus malditos miedos,

tus arrogancias hasta para decir adiós.

. . .

Ahora pende mi corazón por ti

como la arrogancia

de un bastardo sin nombre…

. . .

Déjame escribir,

sal de mi mente,

Déjame beber la partida del amor,

déjame fumarme los suplicios 

y tu recuerdo consignado

al olvido de un soliloquio.

Eduardo Flores



Caos y principio

En el principio de las cosas,

el caos era palabra en ecos;

media hora para cerrar el crepúsculo 

con las vestimentas ajenas

y un haz de aguas martirizadas.

En el principio, dos caminos,

los que siembran sus palabras a una vida de cosecha

y los que huyeron con los tejedores de sueños.

Aquellos señores del mundo 

0 la presencia de Baco ensangrentado.

Ser como el  provechoso hombre

que aletarga su vocabulario

a la observación del juez escribano.

Ser como el decreto a los cuatro puntos universales.

Engendrado no creado

en la acción de palabras,

copas al aire porque los enemigos

se apropian del escudo caballero

por la ira de un dormido.

 

Seguir los reinos del escribano,

la tinta y los rayos lastimeros del Sol;

ponerlos en balanza, al infinito entre los  dedos

y las palabras desarticuladas

de  impropias leyes sarcásticas

Hemos de sentarnos en los cielos

para que nuestras palabras 

sean acobijo de los parados.

 

Eduardo Flores


Soy el hijo pródigo

Soy la musical palabra de una madre  

que busca a su hijo en los destinos burdeles.

Soy una carta sin nombre en la vergüenza de un padre

con sus manos al cielo e implorando

un alud interminable de castigos prodigiosos.

Soy el odio en los dioses arcanos,

amante de los complejos, los decaídos placeres

y  una vela al viejo silente.

 Soy el hijo pródigo que se  embrutece

de una ley plantada por hombres que no regresan. 

. . .

Soy el hijo pródigo que come de la fruta podrida

el modelo de sarcasmo para los imperfectos

claroscuros de una cárcel ilustrada.

Eduardo Flores


Espinas y ruinas

Somos los parados

en la cuenta regresiva de palabras encadenas.

Somos la esquizoide metáfora

de una voz suprema en sietes 

y virtudes de un ciclo mortal.

La siniestra tenacidad de la estrella guía

con el crujir de maderos

clavándose en fuegos circundantes

y dotado de placeres al Dios Sol.

Es un mundo lento,

amordazado entre los vaivenes 

y el rompe-cabeza de espanta-pájaro

atrapado con polifemo y  mino-tauro.

Es la Alejandría, Babel del Ciego

y las ruinas infinitas.

¡Somos los parados!,

los que dejaron sus herramientas

sin saber que el cascarón había sido roto,

llevándonos por una multitud sin palabras

de principio y singularidad

en un signo equívoco.

Somos espinas y ruinas,

los olvidados en la Torre de Babel.

Los que perdieron la lengua por un arcano,

cuando la historia nos ha borrado

de sus viejos alfabetos de arcilla y barro 

a  nuevos estamentos.

  

Eduardo Flores 


De clavos y madera II

I I

De la nada, un etéreo momento

en el que me resguardo de las flores marchitas.

. . .

De la pesadumbre de las palabras,

a la monarquía que se arrodilla

del  incierto fragmento de un libro pagano

y la tertulia de viejos caballeros

apostados en el valor de una vestidura apócrifa.

. . .

¡Qué recuerdos quedan!

La bienaventuranza pagana

en la danza y el festín del Dios Baco,

entre la sangre y copas volátiles:

la desfigurada presencia en lamentos encriptados

en su laberinto fauno y polifemo encantado.

. . .

El aquí, en la presencia de un recuerdo ambiguo

y la miseria de  pasos somnolientos.

Hay cientos de razones para un devenir,

sacar los clavos y conformar

 la madera de un nuevo adviento.

Eduardo Flores


De clavos y madera I

I

Me duelen tanto las manos como mi orgullo derrotado.

Ahora soy una sombra sobre el quicio de un loco

y la abultada esencia de una flor maldita.

. . .

Es la errática benevolencia de los misterios del hombre.

Son tus pasos,  son las plegarias de rostros marchitos.

Tu benditos pasos, pliegue de  vestidura corrugada

como el viento profano que oxida el temple de los  golpes.

. . .

Me duelen las palabras con la breve articulación

de  sonoridad siniestra.

Sombras y murmullos en el quicio de letrado

y la compaginada letra de bienaventuranza.

. . .

Ya no quedan palabras de aliento,

es tu rostro que me observa en la súplica

de tu profano ambiguo latido.

. . .

Es por eso, que los letrados han muerto

de hambre y el hombre

en la miseria de oraciones  que no  me llegan.

. . .

Tan sencillo como hablar de clavos y madera

que se pierden al silbido viento taciturno.

Eduardo Flores