Archivo de la categoría: Espejos y sombras

Letras de sangre

Me imploro al viejo escribano.

Me imploro a la tertulia de muertos,

querubines y ángeles derrotados

por la espada que ataca por la espalda.

Me imploro a las letras manchadas

por el dolor y la ausencia de nombres.

. . .

Me imploro a las bibliotecas enajenantes

donde Borges manipuló

al antojo descriptivo y quimérico,

 muertos sincopados,

muerto inversos…

Estamos hechos para seguir sombras;

estamos hechos para borrarnos de los espejos:

 velos enigmático de un alfabeto entre 0 y 1.

. . .

Estamos renaciendo en un preámbulo

de puertas y ventanas entreabiertas;

devenga infierno errante,

al puño y letra temblorosa

de un Fuentes sin carne

cerca del parnaso celeste.

Dejar que las gotas suturen la poca

tierra de este pantano al que llamamos

reino infernal.

. . .

Dejar que mis letras

me depuren tras una cripta,

vinagre combinado de letras menospreciada.

. . .

Dejar que mis letras sean sangre

de vagabundo ante la oración

de una voz que susurra

sombras y espejos.


Frente al espejo

Frente al espejo de nuestro silencio

dejo que tu figura sea una danza de terrores

de lo opuesto así mismo.

Dejar la simetría, vaina y esfera

en el sexo pletórico, infinito Teseo

de un deseo que se quema al sincopado

de velas y silentes escritos.

Frente al espejo de nuestro silencio

dejo de existir con la conmiseración

de tu elixir ajenjo, 

la vertiginosa comisura de tus labios

para luego, apostarme en palabras

absolutas y la comunión del propio ser.

Frente al espejo de nuestro silencio

se irrumpe la nada con la  mortaja

de besos escarlatas,

al horizonte fauno en espiral infinito,

 nuestros cuerpos ensimismados

ante una letra diáfana.

.      .      .

 La caída de nuestras manos

que se aferran a las espinas

del querubín hermano.

De frente a tu sombra

al fantasma de nuestra esencia,

la que el tiempo ha castigado

en los inframundos de un espejo,

del  tedio  panteón de dádivas,

dejo que mis palabras

ya no te invoquen en el secreto

de una sombra y  fuegos  faustos,

porque no queda nada

frente al espejo de un cuerpo,

de letras y párrafos que aún no escribo.


Esencia benevolente

Buscando tu esencia en un santuario de sombras,

la quimera de tu cuerpo y la mortaja de mi silencio…

Buscando en los sepelios los restos de mi nombre,

arrancándome las venas por dádivas benditas

o la pérdida de tu amor en un silencio beneplácito.

Seguiré buscando mis palabras en la sombra de tu partida.

En el eterno retorno de un amor a mordidas,

 penas con gloria de aguas benditas.

Seguiré reclamando la vieja esencia benevolente,

la nomenclatura de arcano y papel.

Exiliado o desterrado:

esencia benevolente de encontrarte

en las heridas de un infierno silente.


Las aguas sordas II

Despierto al profano sueño,

engreído y asérrimo borgiano.

. . .

Despierto a la crepuscular sonrisa,

despierto a una dádiva, tu miserable corazón.

. . .

Despierto al testarudo y epiléptico libro sin citas: 

-malsano lector.

. . .

Despierto al aforismo y al pensamiento oracular,

la infinita biblioteca 

de tu pasmado cruce escandaloso

de un espejo celestial.

. . .

Somos tan indignos de cubrir nuestro nombre;

mientras que él,  se retira con la tristeza universal,

buscando una palabra de aliento; 

cavilaciones sintéticas de un teatro absurdo,

al despertar en la inutilidad de acertijos;

respuestas en aguas sordas, 

quimera de tu bendito nombre.

 

Eduardo Flores 


Las aguas sordas I

Hacedor paganus, labrador testarudo

entre las tierras y el arcano alquimista,

me destierras a la orilla templaria

donde se retoman las flores malditas

. . .

Hacedor Aleph, caballero en piedra,

 culto vulgar y deidad pagana:

fertilidad y la caza del Dios Sol.

. . .

¿Quién me diera la omnipresencia?,

¿quién me viste en  ropajes de piedra al bronce?

Gloriosos heraldos siendo antesala de mi corona,

heraldo majestuosos, antesala de mi manos piadosas.

. . .

Todo es complicado en tierras de hierro 

que pasaron ser naturaleza fértil y guerrera

a pleonasmos empalados.

. . .

Voz de mi martirio,

deidad, oración y bienventuranza al prójimo

que busca la misma esencia 

para salvaguardar su alma 

de los infieles laberintos,

terra nostra.

Eduardo Flores



Je suis désolé

Son tus palabras un rencor viejo.

La esencia moribunda,

nostalgia pretenciosa,

a la que llamo,

siniestra opacidad de aguas sordas.

Es tu boca contraria a la luna,

es obra inacabada,

el sueño pervertido de lo que creías ser:

un inferior testamento de decretos

surcando voces de mi desprecio.

Gloria y esplendor

en el dominio de una musa

coronada en obras muertas y animales silvestres

cuando surcan océanos de palabras estridentes. 

Todo está dado. 

Mira y escúchame en el olvido,

escúchame en las lisonjas de estas letras

y en tu conciencia aguárdame con un grito de aguas muertas.

No me pidas un aterciopelado susurro 

en la vastedad de esta tierra

y por encima de los cielos.

Son mis gritos convalecientes en el desprecio 

de estas nuevas letras

que se arman de falsedad

cada vez que la tarde juega con mi conciencia

y una oración en la herida 

a la que cuidas con aguas sordas.

Eduardo Flores


Soliloquios

¡Cómo Heráclito y la espuma de venus!

Espejos y sombras, ladrones derrotados

por la trivialidad de un poema

y la partida de la musas.

. . .

¡Claro que sé perder

y no te disculpes por las dádivas del corazón!

-Me tragaré las palabras

siguiendo mi sombra y tú, al espejo roto.

. . .

¡Acompáñame a estar solo!

y me dejaste solo…

con la llegada de la tarde

al empezar a recordarte.

. . .

Pierdo la cordura cuando pienso en ti.

Estoy tan sobrio sobre un copa vacía,

que tu recuerdo me lo fumo

en el silencio de mi propia verdad.

. . .

¡Sal de mi cabeza!

déjame beber en paz…

. . .

¡Me decepcionaste!

Haber que haces con esos poemas,

que el tiempo ha de borrar.

. . .

Seguiré mi sombra

y tu en el espejo roto…

 . . 

Es imposible olvidar tus malditos miedos,

tus arrogancias hasta para decir adiós.

. . .

Ahora pende mi corazón por ti

como la arrogancia

de un bastardo sin nombre…

. . .

Déjame escribir,

sal de mi mente,

Déjame beber la partida del amor,

déjame fumarme los suplicios 

y tu recuerdo consignado

al olvido de un soliloquio.

Eduardo Flores